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VIRUS Y EPIGENÉTICA

Cuando en el sopor veraniego de 1992, el biólogo Francis Mojica escuchó dictar mal a su becario la secuencia de adn de la arquea Haloferax, el microorganismo que estaban estudiando en el laboratorio, le mandó parar y repetírselo bien: << Te has equivocado, me acabas de repetir la misma secuencia>>. El becario no se había equivocado. El adn de la Haloferax repetía largas secuencias sin explicación aparente. Aquello intrigó a Mojica durante años.

Trabajaba en las salinas de Santa Pola, España, investigando a este microbio causante de generar el color rosado de los salinares. Mojica bautizó a esas secuencias repetidas como CRYSP por sus siglas en inglés. Le dio mil lentas vueltas al asunto, pero tuvo que esperar una década, hasta el año 2003, para realizar su sorprendente descubrimiento y encontrar una explicación a aquel misterio. En esos diez años, la informática había desembarcado con fuerza en la biología, y se habían podido desarrollar las primeras grandes bases de datos científicos que permitían cruzar información de secuencias genéticas de otros seres vivos a través de la red.

Era agosto y Mójica languidecía veraneando con su familia en la costa, así que decidió sacudirse la modorra escapándose un rato a su despacho. Allí volvió sobre la Haloferax y sus secuencias repetidas, pero aquel día tuvo la idea de comparar esas secuencias en la base de datos. Al aparecer los resultados en la pantalla del ordenador se quedó de piedra. Las secuencias de adn repetidas en la Haloferax coincidían exactamente con fragmentos del adn de ciertos virus. Virus que habían infectado mucho tiempo atrás a las Haloferax de forma repetida hasta que ésta sacó “una fotocopia” del adn del virus y lo incluyó en el suyo propio para poderlo detectar y defenderse en futuras invasiones.

Este sistema de “immunología genética”, que bacterias y arqueas heredan por vía materna, tiene grandes implicaciones. Para empezar, el descubrimiento de Mojica abrió la puerta a la edición genética, ya que tras la publicación de sus observaciones varios grupos científicos estudiaron el fenómeno hasta que en 2012 la bioquímica Emmanuelle Charpentier y la química Jennifer Doudna demostraron que el mecanismo CRISP se puede utilizar para editar cualquier genoma. Pero no sólo eso: el hallazgo de Mojica significa también que los virus no sólo son organismos infecciosos que parasitan nuestras células para su propio provecho, sino que contribuyen a darnos nuevas herramientas para inmunizarnos y adaptarnos mejor. Para evolucionar.

Así lo demuestran también otro tipo de virus, los retrovirus. Son virus que no tienen ADN, sino ARN, las moléculas encargadas de intermediar para que el ADN se convierta en proteínas. Hoy los conocemos tristemente por su mala fama en periódicos y televisores con los ejemplos del VIH, virus del SIDA, o el Coronavirus, causante de ésta última pandemia (2020), ambos pertenecientes a la familia de los retrovirus.

Sin embargo, se estima que nuestro ADN está formado por nada menos que un 8% de secuencias procedentes de virus, sobre todo de retrovirus[1]. Esto significa que el ADN mamífero (y humano) se ha visto expuesto muchísimas veces a infecciones víricas recurrentes que han permitido a nuestro organismo “fotocopiar” la información. ¿Y para qué sirve ese 8% de adn de origen vírico? Los descubrimientos en esta última década apuntan a contribuciones importantísimas.

Para empezar, parte de ese 8% de ADN vírico ha ayudado enormemente a desarrollar la placenta en los mamíferos[2]. Esto es absolutamente revolucionario: dentro del reino animal, peces, aves, anfibios, y réptiles comparten la misma estrategia para gestar a sus futuras crías: el huevo. La creación de una placenta permitió a los mamíferos un salto evolutivo, ya que gracias a ello las futuras crías desarrollan una conexión con la madre que influye directamente en su sistema inmunológica[3], sus sentidos, e incluso se cree que también en su capacidad cerebral[4].

Carlos Quesada, quiropráctico.


[1] Masayuki Horie, Tomoyuki Honda, Yoshiyuki Suzuki, Yuki Kobayashi, Takuji Daito, Tatsuo Oshida, Kazuyoshi Ikuta, Patric Jern, Takashi Gojobori, John M. Coffin & Keizo Tomonaga. Endogenous non-retroviral RNA virus elements in mammalian genomes. Nature, 2010; 463 (7277): 84 DOI: 10.1038/nature08695

Robert Belshaw, Vini Pereira, Aris Katzourakis, Gillian Talbot, Jan Pačes, Austin Burt, Michael Tristem. Long-term reinfection of the human genome by endogenous retroviruses. Proc Natl Acad Sci U S A. 2004 Apr 6; 101(14): 4894–4899. Published online 2004 Mar 25. doi: 10.1073/pnas.0307800101

[2] N.S.Roteab, S.Chakrabartia, B.P.Stetzera, The role of human endogenous retroviruses in trophoblast differentiation and placental development, Placenta, sep-oct 2004; 25, 8-9 (673-683)

[3] Malfavon-Borja R., Feschotte C. (2015). Fighting fire with fire: endogenous retrovirus envelopes as restriction factors. J. Virol. 89, 4047–4050. 10.1128/JVI.03653-14

[4] Kristien Mortelmans Feng Wang‐Johanning Gary L. Johanning, The role of human endogenous retroviruses in brain development and function, APMIS, jan-fear 2016; 124,1-2 (105-115)

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